domingo, 13 de enero de 2008

LOS CUATRO RECORDATORIOS II

LA IMPERMANENCIA Y LA MUERTE

Nada prevalece, todo cambia constante e inexorablemente, y nadie debe nunca preasumir la permanencia de ninguna cosa. A cada momento de nuestra vida nos acercamos más a la muerte, y no podremos conjurarla cuando nos llegue finalmente nuestro tiempo. Nosotros moriremos; a los que amamos también, y asimismo todos los seres de las seis regiones morirán. Sólo el momento de la muerte permanece incierto, y así también el dónde y cómo. La muerte misma es pues inevitable.
La mayoría de la gente vive en la negación de la muerte; los practicantes viven impávidamente concientes. Para ellos la muerte es una poderosa motivación para encontrar el significado esencial de la vida. En la práctica Tibetana de Vajrayana, los símbolos de la muerte –el cáliz y los tambores de cráneo, las trompetas de hueso de fémur, rosarios de hueso, bailarines en disfraz de esqueleto- recuerdan vívidamente la proximidad de la muerte. El uso de tales implementos rituales no significa que los practicantes Vajrayana se encallecen ante la muerte o que no sienten pesar por la muerte de sus familiares y amigos, sino que el olor y textura de huesos viejos, por ejemplo, es una evocación o recordatorio: “Sí, yo también terminaré como un montón de huesos esparcidos o de cenizas en una urna . . .
¡Que pueda yo usar éste cuerpo sabiamente y no despilfarrar el tiempo que me queda!”

En Occidente, casi siempre que sintonizamos el televisor, y abrimos el periódico o alguna revista, nuestra mente es invadida por imágenes de muerte –la de miles de seres ocasionada por desastres naturales; la de famosas figuras públicas, la de gente ordinaria que murió en circunstancias extrañas. Aun así es inusual encontrarse con alguien que haya integrado la ineludible realidad de la muerte en la perspectiva de su propia vida. Pocos están preparados. La gran mayoría ven las nubes acumularse en el horizonte pero siempre esperan que la tormenta que presagian caiga en cualquier otra parte.

De las Cuatro Reflexiones, la de la contemplación sobre la muerte y la impermanencia es el más poderoso incentivo para la práctica. La muerte y la impermanencia no son dos fuerzas; la muerte es el despliegue dramático de la impermanencia. En realidad cada fenómeno es una sucesión del cambio, una serie de muertes infinitesimales adonde todo lo que existe en un instante cesa de serlo en el siguiente.
A nivel sub-atómico, aún la barra de hierro más densa se deteriora y es reestructurada constantemente –la percepción sutil de nuestra mente puede penetrar su solidez aparente. En una escala inconcebiblemente vasta, el universo ha surgido de la vacuidad y se dispersará en ella. Cuando éste mundo haya sido consumido por el fuego siete veces, inundado por el agua una vez, y dispersado por el viento, desaparecerá. El Monte Meru, centro del cosmos, resplandeciente de joyas y metales preciosos, cederá ante las fuerzas de la impermanencia.
Mientras tanto las estrellas explotan, las estaciones cambian, los días se hacen noche, y nuestras posesiones, relaciones, pensamientos, y emociones, van y vienen en un despliegue incesante y siempre cambiante.

El Buda Shakyamuni demostró la impermanencia pasando a su propio parinirvana. Sus discípulos, así como los grandes santos y maestros, traductores y académicos, reyes Dharma y patronos de las enseñanzas, cuyos brillantes nombres y logros iluminaron su propia época, ahora solo existen en historias y leyendas o ya los hemos olvidado. Muchos de los monumentos Budistas que alguna vez adornaron la India, Afganistán, Pakistán, China, Camboya, Vietnam, e Indonesia, han sido reducidos a montones de escombros, ruinas profanadas, y estatuas derruidas.

En el Tibet, muchos monasterios adonde miles de monjes practicaban, ahora están devastados, sus textos sagrados destruidos, las obras de arte robadas, y los grandes maestros asesinados o envejeciendo en el exilio. El pueblo Tibetano que alguna vez pastoreara yaks y borregos en las nevadas montañas, ahora vende suéteres junto al camino en las tórridas planicies de la India.

Todo en el Samsara es compuesto. Así como se integra, así también se disgrega. Reflexiona sobre estas cosas, y la realidad ordinaria se convertirá en una serie de apariencias oníricas, espejismos, burbujas. Y ya sea que éstas apariencias nos traigan alegría o pesares, no debemos aferrarnos a ellas –porque no son confiables, ni permanentes, o inherentemente verdaderas. Aún así, no podemos negar nuestra experiencia de su incesante despliegue. El explorar profundamente la naturaleza de la impermanencia, nos lleva a una visión más allá de los extremos de la existencia y de la inexistencia, una visión de apariencias inseparables de su propia naturaleza vacía.

INSTRUCCIONES PARA LA CONTEMPLACIÓN

Primero contempla la impermanencia –la progresión desde el nacimiento hacia la vejez y la muerte; la gente que vino y se fue; las posesiones; el siempre cambiante escenario; el juego caleidoscópico de los fenómenos. Piensa sobre el universo en constante movimiento; piensa en las partículas sub-atómicas de tu propio cuerpo, tan cinéticas, que en cualquier instante de su existencia su ubicación exacta es solamente una probabilidad. Contempla la muerte, las incontables muertes pasadas y las incontables por venir; la incertidumbre de cuándo y cómo ocurrirá la próxima vez. Imagina formas específicas en que puede ocurrir la muerte, la separación repentina de los amigos y la familia. Contempla así hasta que percibas la cohesión aparente de la vida como a una ilusión transparente. Cuando te canses de contemplar, reposa la mente.
Cuando surjan otra vez los pensamientos, dirígelos hacia la compasión.
Reflexiona sobre cómo vivimos comúnmente en la negación de la impermanencia, y aún así somos zanqueados una y otra vez cuando aquello en lo que confiamos como sólido y duradero, se desintegra y desaparece. Recuerda el sufrimiento al momento de la muerte –el miedo, la separación de los que se ama y de las posesiones-, y recuerda las experiencias tumultuosas del bardo después de la muerte. Piensa cómo la mayoría de los seres, inconscientes de la impermanencia, pierden su sentido de la prioridad. Reflexiona de ésta forma hasta que te surja la compasión por ellos; luego reposa más allá de conceptos.
Y nuevamente, cuando la creatividad incesante de la mente origine pensamientos, dirígelos hacia la oración: que todos los seres puedan alcanzar tan profunda comprensión de la impermanencia que purifique totalmente la tendencia de aferrarse a las apariencias como reales, así como del apego y la aversión que surgen de ese aferramiento. Implora que puedas pasar las transiciones de la muerte manteniendo el reconocimiento de la naturaleza mental, y que tu realización se haga tan fuerte que puedas rescatar a otros de la confusión del bardo. Después, reposa tu mente.
Finalmente, cuando los pensamientos se presenten, formula el compromiso de vivir y practicar en el firme conocimiento de la impermanencia. Comprométete a comprender la verdadera naturaleza de todo fenómeno, positivo o negativo, y a buscar la esencia absoluta. Con esta firme resolución, abandónate a la meditación sin artificio.

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