domingo, 4 de mayo de 2008

MANTRA PRAJNAPARAMITRA

Gate gate paragate parasamgate bodhi svaha

Viendo profundamente en los cinco skandhas[i], Avalokitesvara[ii] vio la naturaleza de interser y superó todo dolor. Se liberó completamente. Fue en ese estado de concentración profunda, de alegría, de liberación, que exclamó algo importante. Es por ello que su exclamación es un mantra.

Cuando dices algo así con todo tu ser, no sólo con la boca o el intelecto, sino con todo tu ser, eso puede cambiar el mundo. Una declaración que tiene tal poder de transformación se denomina un mantra.

El mantra de Avalokitesvara es: “Gate gate paragate parasamgate bodhi svaha.”

Gate significa ido. Ido del sufrimiento hacia la liberación del sufrimiento. Ido del olvido hacia la atención plena. Ido de la dualidad a la no‑dualidad. Gate gate significa ido; ido.

Paragate significa ido hasta la otra orilla. Es así que este mantra se dice con fuerza. Ido, ido, ido hasta la otra orilla.

En parasamgate, sam significa todos, la sangha, toda la comunidad de seres. Todos han ido hasta la otra orilla.

Bodhi es la luz interior, la iluminación o el despertar. La ves y la visión de la realidad te libera.

Y svaha es un grito de alegría y regocijo, como “¡Viva!”

Esto es lo que profirió el bodhisattva. Cuando escuchamos este mantra, debemos entrar en ese estado de atención, de concentración, para recibir la fuerza que emana del bodhisattva Avalokitesvara. No recitamos el Sutra del Corazón[iii] como si cantásemos una canción, o con el intelecto solamente. Si practicas la meditación sobre el vacío, si penetras la naturaleza del interser con todo tu corazón, tu cuerpo y tu mente, lograrás un estado de mucha concentración. Si entonces dices el mantra, con todo tu ser, el mantra tendrá poder y te permitirá tener una comunicación real, una comunión real con Avalokitesvara, y podrás transformarte hacia la iluminación. Este texto no es tan sólo para cantarlo, o para ponerlo en un altar y alabarlo. Se nos da como herramienta de trabajo para nuestra liberación, para la liberación de todos los seres. Es como una herramienta de labranza, que se nos da para que podamos trabajar la tierra. Este es el regalo de Avalokita.





[i] Skandhas (pali): los cinco agregados de que está compuesto el ser humano (forma o cuerpo, sentimientos o sensaciones, percepciones, formaciones volitivas o kármicas y consciencia o cognición). (N.T.)

[ii] Bodhisattva (sánscrito; pali: Bodhisatta): alguien que tiene la esencia (sattva) de la iluminación o sabiduría (bodhi).

Avalokitesvara (sánscrito; japonés: Kannon; tibetano: Chen Resig; chino: Kwan Um): el bodhisattva de la compasión. (N.T.)

[iii] Sutra (sánscrito; pali: sutta): enseñanzas del Buddha Shakyamuni preservadas en sánscrito y otros idiomas. El Sutra del Corazón (o sea, de la esencia) de la Perfección del Conocimiento es uno de los 38 Sutras de la Prajñaparamita o Sutras de la Perfección (paramita) del Conocimiento (prajña). (N.T.)

MÁS PUNTOS A CONSIDERAR: EL CIELO Y LA MENTE

Mucha gente desea meditar. Entienden que la meditación tiene que ver con la mente pero en general no saben con precisión que es la meditación.

Es un poco como el concepto del cielo. Todo mundo sabe que es el cielo; nadie dirá nunca, “¿El cielo? Yo no sé que es eso”. Pero la idea que uno tiene del cielo es muy imprecisa y hasta es raro encontrar a alguien capaz de definirlo. Si preguntas, “¿Qué es el cielo?”, la persona cuestionada señalará al firmamento y dirá, “Eso es el cielo”. De forma similar con la meditación: sabemos que existe, y a menudo pensamos que es hasta es de beneficio, pero no conocemos bien a bien que es.
¿Qué es el cielo?

Uno seguramente dirá que el sol está en el centro del cielo, y esta noción de centro implica que existen orillas o bordes. Una persona podría inclinarse a concebir el centro y los bordes en relación con un país pero el residente de otro país aplicaría la misma relación con su propia tierra. Esto es suficiente para demostrar que el centro del cielo y sus fronteras son solo nociones subjetivas y no una descripción completa de la realidad.

La gente que tiene la fortuna de vivir en Ensenada menciona muy seguido, “¡Que hermoso es el cielo aquí!”. Es por lo tanto factible delimitar una porción del cielo del cual podamos decir, “Esta parte del cielo es el cielo de Ensenada”.


Todo mundo sabe que el cielo es azul, pero pocos saben porqué. ¿De donde viene? ¿Es material? ¿Es inmaterial? ¿De que tamaño es?

La meditación tiene que ver con la mente. La mente es similar al cielo: sin forma, sin sustancia y sin dimensión. En cuanto al cielo, todo mundo sabe que existe pero muy pocos saben lo que realmente es. Al igual que el cielo, la mente no tiene centro, ni bordes o fronteras. Aún no tenemos la experiencia de su estado ilimitado; al contrario, reducimos el infinito a lo finito, y nos encerramos en los estrechos confines de la limitación subjetiva implícita en la noción de “nuestro cielo” cuando una persona de Ensenada, por ejemplo, habla del cielo como si pudiera cortarse un pedazo y definirse como específicamente relacionado con una región particular. Dentro de la mente infinita, sin centro ni límite, nos identificamos con una entidad muy reducida: el ego. De aquí surgen todos nuestros sufrimientos, tantos físicos como mentales.

Es verdad que ciertos tipos de sufrimiento están relacionados con circunstancias externas y que resulta posible encontrar soluciones materiales. Pero cuando enfrentamos el sufrimiento interno, las soluciones materiales no serán efectivas.

Imaginemos a un rey de un país floreciente y pacífico, bien resguardado de noche en su palacio. Este rey, quien posee todas las circunstancias externas de la felicidad, se haya durmiendo. En su sueño, aparece un enemigo que lo persigue y busca asesinarlo. El rey sufre ansiedad y miedo. El sufrimiento de su sueño no se aliviará con ningún remedio fuera de la mente del soñador. Similarmente podemos poseer todas las condiciones materiales necesarias para ser felices pero estas no ayudan cuando es la mente la que sufre. Solo la meditación y el camino espiritual nos ayudarán a liberarnos del sufrimiento, la ansiedad, y las dificultades interiores.


EL EGO Y LOS CINCO VENENOS.

Nuestra mente es fundamentalmente infinita. No está constreñida por las limitaciones de la existencia física. No existe el ego. Y aunque no existe, nosotros nos identificamos con este ego ilusorio. Se vuelve el centro y la piedra angular de todas nuestras relaciones. Todo aquello que confirma su existencia y le es favorable se convierte en un objeto de apego (en “y sin tan solo tuviera eso”). Todo aquello que amenaza su integridad se convierte en un enemigo, en una fuente de aversión (de un “y sin tan solo me deshiciera de esto”). La presencia del ego mismo disfraza la naturaleza verdadera de nuestra mente y la de todo fenómeno. Nos incapacita para discernir entre lo real e ilusorio. En este sentido, estamos prisioneros de la estupidez o melladura mental. El ego también genera la envidia hacia otras personas consideradas como rivales potenciales en cualquier área posible. Y el ego desea ser superior a otros, y esto engendra el orgullo.

El apego, la aversión, la estupidez, la envidia y el orgullo, son los cinco venenos básicos producidos por el aferramiento al ego. Ellos forman obstáculos irrevocables hacia la paz interior creando constantemente preocupaciones, problemas, dificultades, ansiedad, insatisfacción y sufrimiento, no solo para nosotros mismos sino también para los demás. Es obvio, por ejemplo, que la ira resulta en sufrimiento para uno mismo y los demás también.

El ego y los cinco venenos nos conducen a hacernos daño a nosotros mismos y a los demás, lo que produce impresiones en nuestra mente con un potencial kármico negativo.
La maduración de este potencial se expresará en el futuro en forma de circunstancias adversas y dolorosas.

El ego y su cortejo son pues nuestro verdadero enemigo –no el enemigo visible que puede ser derrotado con armas o medios materiales-, sino el invisible, el que solo puede vencerse con la meditación y siguiendo un camino espiritual. La ciencia contemporánea ha desarrollado armamentos extremadamente poderosos: bombas que pueden matar a cientos de miles de personas. No obstante, ninguna bomba puede aniquilar al ego y sus cinco venenos. En este dominio, la verdadera bomba nuclear es la meditación.


LA MENTE DE VACACIONES.

Nuestra mente, en su estado habitual, está siempre ocupada con pensamientos sujetos a los cinco venenos. Sobrevienen uno detrás del otro, a veces bajo la influencia de la aversión, a veces del apego, otras de la estupidez, algunas de la envidia y algunas más del orgullo. La intensidad de estos pensamientos puede variar grandemente pero lo cierto es que no existe un solo instante en que nuestra mente no se encuentre agitada con ellos.

Hace un día hermoso en las vacaciones: no hay trabajo que hacer, la comida está lista, no hay discusiones que soportar. Podemos sentarnos quieta y calladamente sin ninguna otra preocupación, y no obstante, nuestra mente se cansa. Perturbada continuamente, aún en formas sutiles, por el despliegue de los cinco venenos, la mente es incapaz de establecerse en una paz genuina. La mente no está de vacaciones. La mente solo vacaciona cuando medita. No porque la meditación permita la desaparición total de los pensamientos, sino porque estos pierden algo de su fuerza y sus contornos de desdibujan. Cuando esto sucede, la mente conoce una mayor paz y felicidad, y entonces descansa.

Los occidentales trabajan todo el año en una oficina o taller, y luego se van de vacaciones. Utilizan esta ocasión para salir a otros países o irse a la playa, a las montañas o al campo, con la intención de encontrar descanso y felicidad. Desafortunadamente, la mente misma no sale de vacaciones: los cinco venenos, la insatisfacción y las dificultades internas también son parte de este viaje. Así que solo obtenemos, a lo más, medias vacaciones. Solo la meditación puede proveernos de vacaciones completas.


LA MEDITACION EN LA VIDA DIARIA.

El principiante debe retirarse a un lugar tranquilo, adoptar una postura específica, permanecer en silencio, y respetar ciertas condiciones propiciatorias. A través del hábito y la experiencia, uno se hace eventualmente capaz de meditar bajo cualquier circunstancia: al caminar, trabajar, hablar, comer, etc. Cuando uno llega a ese punto, entonces puede disponer de mucho tiempo para meditar. Más aún, ya se puede mantener una mente relajada y serena bajo cualquier circunstancia. Esta experiencia de relajamiento y serenidad es meditación en sí misma.

Es también una experiencia de la libertad. La libertad es un valor al cual se le da un gran valor en estos días. Podemos gozar de todo tipo de libertades externas, pero mientras nuestra mente permanezca prisionera de sus venenos y pensamientos, no podremos ser libres.

Un conductor inexperto se tensa mucho cuando maneja; tiene temor de incurrir en un accidente o de no operar el vehículo apropiadamente. Cuando el conductor se acostumbra a manejar, puede conversar con el copiloto mientras mantiene presente todo lo que está haciendo. La conversación no le impide concentrarse en el manejo del automóvil o distinguir los señalamientos del camino. El meditador inexperto deberá, de igual manera, estar atento solamente al ejercicio de la meditación. Progresivamente, y conforme se desarrolla la capacidad, podrá continuar meditando mientras se hace otra cosa, como conversar o trabajar. Uno puede experimentar entonces una gran sensación de relajamiento y de genuina libertad en cada ocasión.


UN ROSTRO ABIERTO.

Al progresar en la práctica de la meditación, los venenos de la mente se hacen cada vez menos virulentos y los pensamientos disminuyen, y, aún cuando permanecen presentes, van perdiendo su carácter compulsivo y dejan de ocasionar sufrimiento. Nuestra mente se tranquiliza y conoce el gozo. Esto se refleja más tarde en nuestra apariencia física: nuestra cara se hace más abierta, más cálida y gozosa. Nos volvemos afables y placenteros. A los demás les gusta vernos con más frecuencia. Y es que la paz y la felicidad interiores se irradian hacia el mundo externo.


SUBJETIVIDAD.

Nuestra manera de percibir a las cosas y al mundo depende principalmente de nuestro estado mental. Supón que estás invitado a una cena por una persona hacia quien sientes un odio profundo. El lugar es agradable, la comida muy buena, y sin embargo, tu odio provoca que la comida te sepa horrible y el lugar te parezca feo. Cuando si, por otra parte, una persona muy querida te invita a un lugar deslustrado te sirven una comida mediocre, los platillos los percibirás deliciosos y al ambiente paradisíaco.

La diferencia es creada por nuestro modo de percepción, el cual a su vez está condicionado por nuestro apego o aversión.


LA MEDITACIÓN YA ESTÁ PRESENTE EN NOSOTROS.

La meditación no es algo que un Buda o un maestro espiritual pueda insertar en nuestra mente desde afuera. Ya se encuentra presente aunque solo que en estado potencial. Un maestro solo puede señalar hacia esta presencia latente y proveer los medios para que la descubramos nosotros mismos. Todos poseemos el estado de meditación pero no sabemos usarlo. Estamos en la misma situación que alguien que posee un automóvil pero no sabe conducirlo. El carro, por perfecto que sea, no puede ir solo a ninguna parte. Uno necesita recibir algún tiempo de instrucción y entrenamiento al final del cual el instructor nos permitirá conducir el auto que hasta entonces permanecía sin ser usado. De forma similar, tanto la meditación como la Budeidad ya se encuentran presentes en nosotros, pero, sin la debida ayuda de un instructor, somos incapaces de hacerlos operativos. Sería muy extraño poseer un auto excelente, y tenerlo para dejarlo en la cochera nada más porque uno no aprende a conducirlo. Es igualmente extraño permitir que el potencial de nuestra mente para despertar permanezca simplemente dormido porque no estamos dispuestos a realizar el esfuerzo, y porque carecemos de la perseverancia requerida para aprender a meditar.


PERSEVERANCIA.

Ir en carro de Ensenada a La Paz es un largo recorrido. Si nunca hemos hecho este viaje podremos quizás pensar que con unas horas será suficiente. Pero después de una hora en el camino podremos constatar que faltan muchos kilómetros por recorrer. Si esta perspectiva nos desanima, preferiremos detenernos hasta donde llegamos, y así nunca llegaremos a La Paz.

Similarmente, algunos se involucran con la meditación llenos de expectativas. Si después de algunos meses de práctica asidua (y algunos hasta en pocos días) no logran los resultados que esperaban, se aburren y se dan por vencidos. Una travesía larga en automóvil es cansada, y es por eso que vamos haciendo pausas para beber y comer. Cuando la fatiga afecta nuestra meditación, más que ceder ante la frustración o el desinterés, nos tomamos un descanso para relajar la mente, y luego retomamos el camino.

Los principiantes aprecian en lo general la meditación pero encuentran difícil sostener el esfuerzo. Tienen confianza en el camino y poseen la inteligencia necesaria para entenderla, pero a menudo carecen de la diligencia y perseverancia fundamentales.

Los intentos iniciales de la meditación están a menudo mezclados con grandes expectativas de obtener experiencias extraordinarias rápidamente. Esta expectativa se hace añicos porque no hay tantas experiencias maravillosas ni estados extraordinarios. Tenemos prisa, pero el mundo interior no hace caso de nuestra impaciencia. Desanimados, intentamos otro camino, el cual a su vez nos decepciona, y entonces tratamos con otro, y otro más.
¿Cómo podemos progresar bajo estas condiciones?

Imaginemos que deseamos cultivar una flor: preparamos la tierra, sembramos la semilla, la regamos, la fertilizamos. Pronto aparece un brote, que no tienen nada en común con la belleza extraordinaria de la flor que intentamos cultivar. Decepcionados, arrancamos la planta, y, pensando hacerlo mejor esta vez, sembramos otra semilla. El resultado será inevitablemente el mismo. Y podemos sembrar tantas semillas como queramos pero así nunca veremos la flor. La paciencia y el cuidado constante de la planta son necesarios para que algún día brote esa flor. La meditación requiere también de tiempo y dedicación antes de fructificar. La paciencia, la perseverancia y la regularidad traerán consigo algún día el florecimiento de la espléndida flor de la mente despierta. El meditar, aunque sean solo diez minutos por día, pero sin falta, ya es de suyo beneficioso. El continuar con esta regularidad durante meses y años, producirá con toda certeza un gran progreso.


EL SABOR DE LA MEDITACIÓN.

El entender los beneficios de la meditación es imposible sin la experiencia personal, como imposible es comprender el sabor de un alimento desconocido. Si nunca has saboreado el chocolate y me pides que te explique su sabor, podría decirte:
“¡Ummmm, es muy sabroso!”
-“¿Pero que tan sabroso?”
“Bueno, es dulce y amargo”
-“Pero, ¿Qué tan dulce y que tan amargo?”

Si seguimos acumulando información quizás obtengas una idea aproximada del chocolate, pero permanecerá más o menos como un misterio hasta que no pongas un trozo de chocolate en tu boca y lo saborees. Entonces sabrás sin duda alguna su sabor. Así mismo, una explicación muy detallada de los beneficios de la meditación será siempre incapaz de inducir un entendimiento cabal de estos. Solo la práctica personal y la experiencia directa permitirán descubrir su genuino sabor.